Presbicia

No hay más estrellas que las que dejes brillar
Serú Girán

Miro el café haciéndose en la Moulinex y siento el aroma que ocupa la cocina ahora, como en la casa de mis abuelos, casi todos los días de mi infancia. La nariz, todavía perezosa de un sueño de nueve años disfruta este y otros aromas: nuevos y viejos. Quisiera que algunos permanezcan, queden junto a mí, aunque las cosas suceden sin que se pueda influir mucho sobre ellas. Juro que hice el intento y a pesar de que por momentos fue doloroso, no me arrepiento.
Me costó mucho ser yo, llegar hasta este punto. Me he equivocado millones de veces y otras tantas enderecé. O convencida de que escuchar a los otros hace bien, aprendí y llené otro espacio de mi bolso amarillo. Es cierto que fui terca, que me empeciné, porque muchas veces me dio resultado. Terminé aflojando cuando no había modo: la rienda suelta y a merced de cualquier oleaje la agarraron por otro lado.
No puedo renunciar a todo. El café con leche no me gusta. Tampoco el arroz con manteca ni la coliflor. Tengo a mi hija Ana, los libros y los discos que pude rescatar de tantos viajes y permutas. También, la cordura, la locura, algunas verdades, muy pocas mentiras y mis ojos con espejuelos.

Oriente

Me pregunto quién nos ha dado el derecho de estropear nuestro planeta. Kurt Vonnegut

¿Cuánto he visto y leído de la gente que vive en las latitudes más orientales de este planeta?
Cuando era niña y jugaba con mi hermano y mi prima, los samurais fueron héroes de nuestros juegos, en medio del calor del Caribe. Mi hija, ahora, se deleita con los dibujitos de Puka. Anoche comíamos sushi en casa, contentos de poderlo hacer y disfrutando de la comida que, en broma, decimos es la mejor del mundo mundial.
Pero la tristeza de las noticias de estos días es lo que no deja de darme vueltas y vueltas en la cabeza, al ver tantos testimonios en fotos y en videos, hechos con aparatos móviles, no se si por deporte o por auténtica necesidad de difundir lo que no debiera ocurrir nunca más.
Más allá de la catástrofe natural que son un terremoto y un tsunami, me pregunto, ¿por qué tanto dolor alrededor de la central nuclear de Fukushima? Y porque la irresponsabilidad humana no encuentra límites, aún frente a estos desastres previsibles.
Siento pena por la gente de Japón, que como sociedad ordenada, no saquea, colabora con sus semejantes y espera mejores noticias. Siento pena, porque es tremendo el daño que todo esto va a dejar y las secuelas todavía nadie las puede cuantificar. Siento pena por todos nosotros, los seres humanos que no vemos, que no queremos ver, para dónde va esta locura.

Pasó volando

Estuve en Brooklyn el día después de la segunda nevada. El frío inmenso de New York hacía obligatoria la visita a las librerías, los pequeños cafés y el metro. En él fui hasta cerca del puerto en el sur de Manhattan y luego de un par de preguntas, para orientarme, al dueño de un negocio de cámaras fotográficas viejas, llegué caminando al puente de Brooklyn.
El mapa austeriano en mi cabeza me llevó derechito hacia la esquina donde debió estar, según previas investigaciones, el negocio de Auggie Wreng. Mi decepción sólo encontró consuelo mientras tomaba una exquisita sopa de cebolla en un pequeño y caliente restaurant francés de la Atlantic Avenue acompañada de un Malbec argentino de Catena Zapata.
Hace un año que estuve en Brooklyn y en el medio leí los dos libros nuevos de Auster y repasé no sé por cuánta vez las entrañables secuencias de Blue in the face. Brooklyn me gusta mucho, por eso algún día voy a volver. En verano.

Blue in the face de Wayne Wang. 1995.

Una mirada

Se terminan las vacaciones aún cuando el verano sigue en Buenos Aires.
La ciudad está medio vacía y la invitación a recorrerla todavía se cuela por la ventana del cuarto, para luego meterse en el baño, la habitación de Ana, rozar ligeramente los libros, desembarcar en el living antes de llegar a la cocina, donde comparte conmigo un café, mientras me susurra al oído (para que él no se entere) el itinerario del día.
Se terminan las vacaciones y no sé cómo voy a soportar, a partir del lunes, una hora sin respirarlo.
Buen fin de semana.

Sexto día

Ana ya sabe. Desde hace meses me lo dijo a boca’e jarro como suelen hacer los niños.
Y ayer fuimos a por los regalos del Día de Reyes, las dos juntas. Es decir, salimos de compras, con alguna que otra idea en la cabeza.
Primero, los juguetes. Y la verdad que no estuvo mal su preferencia. Luego, un traje de baño, incluído en el pack del verano.
Ella eligió cada cosa y hasta tuvo en cuenta los precios para no irnos de presupuesto.
Este año fue distinta la visita de los Reyes Magos. No sé si mi hija está creciendo, no sé si perdimos la magia.
Por el momento, la alegría de sus ojitos sigue intacta. Y su sonrisa.