Está sentada en un banco de la estación. Escribe en una pequeña libreta sobre sus piernas cruzadas, las uñas cortas sin color, el pelo suelto pero puesto así, detrás de las orejas; la mirada atenta. Levanta la vista, se detiene en una pareja de músicos, un hombre negro que arrastra una maleta, un vagabundo con las manos dentro de una papelera y escribe sobre ellos (el movimiento del bolígrafo azul sobre la hoja, las palabras que salen sin interrupción, los ojos inquietos). Observo su mirada que pasa de sus palabras a la estación, a la gente, al tren que llega.
Hojas y hojas escritas sin descanso, como vomitando palabras que caza del aire, de la síncopa de la tarde, de su propia cabeza que no para, no para nunca.
Palabras duras, azules palabras.