Anoche, Ana y yo decidimos caminar las casi veinte cuadras que nos separan de la casa del cumpleaños. En realidad fue una decisión mía; ella sólo preguntó cuanto caminaríamos y no se quejó cuando le dije. Salimos, también con la idea de comprar un regalito para nuestro amigo cumpleañero. Lo primero que descubrimos fue el nuevo negocio que han abierto en la esquina después de la nuestra. Algo así como fiambrería, aceite de oliva y vinos. Me gustó el lugar; la claridad, lo bien dispuesto de las mercancías y la limpieza. Seguimos nuestro camino hasta alcanzar la avenida grande jugando al Veo Veo. Llegamos a una intersección importante y siento la voz de Ana que dice, «el cielo está titilando». Que en español quiere decir que está tronando. Advierto que efectivamente huele a agua y que no estaba lejos el momento en que nos íbamos a empezar a mojar. Ya estábamos más cerca de nuestro destino, así que seguimos el rumbo casi al mismo tiempo que empezaban a caer las primeras gotas. Vimos una tiendecita de bufandas y collares, donde probablemente encontraríamos algo para el amigo homenajeado. Y con tan buena pata que conseguimos un lindo trapo para el cuello; buen tamaño, lindos colores y de precio razonable. Con la bolsita en la mano y de nuevo en la vereda nos encontramos con un aguacero en ciernes. Corrimos un poco hasta la esquina de la inmobiliaria que tiene como un techito y allí nos refugiamos; las dos sentadas en el murito de la entrada, viendo llover sobre la Avenida Corrientes. Mi abuelo diría «está lloviendo para abajo» le dije a Ana. Me miró con cara de «pobre, está hablando cualquier cosa», porque viste que los niños ahora son muy sabios. Me quedé junto a ella un rato, veinte o veinticinco minutos, con los ojos llenos de un espectáculo tan viejo y tan hermoso.
Mi pelo y el de ella, lo más parecido que hay entre nosotras, enrulaban sus puntas por la humedad y las gotas que nos salpicaron. Luego escampó un poco, sólo un poco y nos fuimos chapoteando a soplar las velitas.
Voyeur
Una casa
«Dime tú si no es cierto
que el techo de esta casa
es todo de verdad»
Fabio Morábito
Esa casa que viste, justo esa, la de la foto; es la casa. Antes no te lo había dicho porque no quería presionarte, pero desde que la ví me gustó. Es nuestra casa. Sí, desde hace mucho, cuando se escribieron estos destinos. ¿No me crees? Tengo una forma de probártelo. Pero espera, todavía no, sólo quiero que repases los últimos 30 años. Piensa en ellos como los fotogramas de una película. Todas esas fotos nos llevaban hasta esta casa. Cada persona que conocimos, los lugares que pisamos, las imágenes, nuestros hijos, todo sonido nos fue trayendo a este sitio, junto a ella. ¿Ah, que no me crees todavía? Vamos, entremos, que te quiero enseñar algo que no te va dejar ninguna duda. En la cocina. Ven, ven conmigo, dame la mano. Abre ese estante, sí sí, ese. Bien. Ahora, fíjate en la parte de atrás de la puertecita, lo ves? Es tu letra, no? La misma con la que escribiste tu nombre en los sobres de correo que guardo desde hace un tiempo. ¿Lees lo que dice? Está ahí desde siempre, esperándonos.
Esta es la casa.
Pide un deseo
Un sueño
Es tal y como lo ví en las fotos. Entro y lo primero que veo son los libros en las cajas de vino de madera y con manija. Los tambores están como apoyados en la improvisada biblioteca, pero también sobre el piso. Reconozco libros que tengo. El palo de lluvia de Tepoztlan es grande al lado del que llevé de regalo, traído desde Valparaíso.
En el centro del living un viejo baúl sirve de apoyo a más libros, el mate y la pava.
Me abraza, aún con tímidez, sin poder creerlo.
Cuando logro zafar de su cuerpo voy caminando hacia la puerta de salida al pequeño patio. Ahí estaba la mesa de venecitas, la misma que tantas veces imaginé junto a la pequeña huerta, el frasco de protector solar y el perro durmiendo acurrucado en el suelo, a la sombra.
Todo es tal cual lo ví en las fotos. Como la mirada con la que ahora intenta explicar que me esperaba.
Entre el cielo y el mar
Hay una linda utopía que acaricio desde hace años. Tiene que ver con una proclividad a la vagancia. Pero vista desde un mejor lugar. Vagancia de vagar y no de ser vago, en el contexto arbitrario y exigente de que siempre tenemos que estar ocupados en algo.
Se me antoja tiempo para mí. Justo eso es lo que busco. Encontrar la manera de ganarme los frijoles con algún trabajo que remunere lo necesario. Sé que habrá que resignar ciertos lujos y comodidades, aunque también sé que puedo soltar lastre, entre otras cosas porque no llevo mucho puesto. Hacer una huerta, escribir, trabajar cuatro o cinco horas como mucho por día, comer con frugalidad, poco gasto y correr o nadar cada día al menos una hora. Muchas risas, música, lecturas, películas en casa y fotos. Ayudar. Compartir ese espacio-tiempo con gente querida; mi hija, amigos y un compañero. Un compañero sensible, limpio, que me quiera y a quien pueda querer de la forma en que mejor se puede querer: comprometidos con el edificio delicado e infinito del amor.
Lo veo ahora escrito en la hoja en blanco y no me parece tan descabellada la idea. Es una utopía posible. El mar podría ser un buen aliado.
Veremos. Una amiga diría, «lo que se desea se cumple». De desear estamos hechos.




