¿Te acuerdas de la primera vez que viste a Dustin Hoffman? A ver, piensa un poco…, dos minutos y haz memoria…, ¿te acuerdas?
Yo sí. Fue en un cine de Belgrado, cuando tenía 9 o 10 años, mientras mi madre, que ignoraba que Midnight Cowboy no era una película apta para todo público, intentaba que mi hermano y yo dejáramos los asientos a los que ella misma nos había arrastrado veinte minutos antes.
Hoffman se me presentó un montón de veces más en mi vida, caracterizando gente diversa. Nunca va a saber que me encantaría conocerlo.
La misma persona que dirigió Bin-Jip escribió el guión. No es un dato menor, a mi juicio. Es una historia tan bien llevada a imágenes, que es como leer un libro.
No fue esta la primera película que vi de Kim Ki-duk. Pero ninguna de las que hizo, antes o después, me sigue diciendo cosas. Aún en la soledad de este domingo.
¿Cuánto nos llega a influir un libro o una película? ¿Y una canción, una foto, un óleo de gran formato? Después de la familia y los maestros, pienso que cualquier manifestación artística a la que nos acercamos deja una huella importante en la personalidad de cada uno.
Los libros de Milan Kundera fueron compañía obligada durante un tiempo, aún cuando llegar a uno de ellos, en la isla, era una suerte de malabarismo para burlar las prohibiciones oficiales. Y no lo incluyo a Kafka, como parte de la lista, porque escribía en alemán y estoy convencida de que su nacimiento y vida en Praga fue una casualidad.
Pero quiero ir al punto principal: el día que vi Hair, en la salita de video club que estaba en la esquina de las calles 23 y M, en La Habana, marcó un antes y un después de mi manera de ver el cine.
Milos Forman ya había entrado en mi universo con One Flew Over the Cuckoo’s Nest, la película que le dio su primer Oscar y no imaginaba yo lo que este señor amasaba en su mesa de creador.
¿Qué se puede expresar cuándo hablamos de Ragtime, Amadeus, Valmont, The people vs Larry Flint? Se me ocurre, por ejemplo, que esta secuencia de Amadeus, resume el espíritu de la historia apócrifa del genio y su sombra, gracias a la mano de Forman.
Los diálogos en las películas de Richard Linklater no me aburren. Por el contrario, son casi un dictado de muchas cosas en las que pienso y creo.
Recuerdo especialmente la primera película dirigida por él que ví. Tape es una puesta en escena muy teatral de un reencuentro de amigos. Estaba sola y en el final quise tener a alguien cerca para comentarle que las situaciones en las que se ven envueltos los tres personajes eran muy parecidas a vivencias propias.
Luego se instalaron en mi estante de DVD’s, las dos más famosas pelis de Linklater. Veo una y otra vez Before Sunrise y Before Sunset sin cansarme.
La primera recorre lugares que conocí de niña en Viena. Anoche en la soledad cálida y tranquila de mi living volví a disfrutar de la voz de Kath Bloom en la cabina de la casa de discos que visitan Celine y Jesse y también del paso de ambos por el Prater y por el Friedhof der Namenlosen; lugares que recorrí con mi madre y mi hermano allá por los setentas.
La segunda, filmada nueve años después, me hace volver a París. Y en París fui muy feliz no hace mucho.
Sin parecer pretenciosa, puedo asegurar que ver estas películas enriquece el alma y llena de una paz que permite ir a dormir con una sonrisa.