Nunca supe qué hacer con él. Estorbaba en todos lados de la casa, casa de poco espacio. A veces servía para sentarse e improvisar un banquito, si le das vuelta, con la boca en el piso.
Un día me lo llevé al Farm Market.
Ni bien asomé por la esquina, agarrándolo por el asa como si fuera una cartera, una señora miró con intenciones. Pedigüeña que es la gente, no? Pero eso mismo era lo que yo quería: que alguien se interesara en él. Caminé hacia los ojos de la señora, aunque ella no me miraba; sólo tenía ojos para él.
Lo abrazó como si lo quisiera mucho, mientras yo pensaba, «hay gente para todo».
Ofreció dinero por él.
– Mmmm, no. Sólo quiero que te lo quedes y se vea lindo aquí – dije despacio.
Me miró, ahora sí, con los mismos ojos que posó antes en él.
– Ok, ya sé. Fíjate a ver si te gusta.
No me quedó otra que esa foto, esa foto que no me deja mentir.