En mi casa siempre sonaba algo. Algo de música, digo. El eclecticismo de esos sonidos era notable. Mis abuelos, gallegos, gustaban de sus propios cantos y cuando ya su arraigo en la isla era irreversible, se hicieron adictos a Palmas y Cañas, un programa de música campesina cubana que pasaban en la televisión los domingos por la tarde. Mi madre más moderna ella, oía en el tocadiscos de turno los más variados LP’s y singles, que iban desde Ray Connif y su orquesta hasta The Beatles, pasando por Sinatra, Paul Anka, Manzanero, Barry White, Abba y seguro alguno más que ahora no me viene a la memoria.
Una vez que mi hermano y yo empezamos a tener alguna injerencia en el manejo del tocadiscos, inundamos la casa con otros ruidos. Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Amaury Pérez, Carlos Embale, los Muñequitos de Matanzas, el Grupo de Experimentación del ICAIC, Bach, Mozart, Beethoven, Corelli, Rachmaninov, Schumann, Charly García, Divididos, Fito Paez, Juan Carlos Baglietto. En común con mi madre teníamos a The Beatles y esos discos pasaron del estante de ella al nuestro muy rápidamente y sin derecho a protesta o reclamación. Después, un poco después, llegaron Pink Floyd, Queen, Rolling Stones y un montón más, muchos más.
En la escuela en que estuvimos pupilos durante seis años también se escuchaban estas y otras músicas. Y como no podíamos comprar discos de ninguna banda ni verlas en vivo, sintonizábamos una radio de USA, a la que llamábamos «la dobliu» en un chamuscado inglés mal entendido y mucho peor hablado. Recuerdo que en la COCO, otra radio, pero de la ciudad, pasaban un programa que ponía «música en inglés» y que por supuesto escuchábamos puntualmente todos los días a las seis en punto.
La época de la universidad, convulsa y revolucionaria, tuvo su propio soundtrack, en el que se mezclaron cosas de antes con nuevas. Conocí, cuando ya me había graduado, a una persona que luego se convirtió en un gran amigo, que me presentó a Spinetta, Pat Metheny y Brad Mehldau. Fue el primer melómano que apareció en mi vida y aún muchos de mis gustos están marcados por su influencia.
Porque, y ya que apareció la palabrita esta, así es como siempre he estado con la música, bajo la influencia. Por suerte para bien.
Cuando vine a vivir a Buenos Aires tropecé con gente muy aficionada a la música, de todo tipo y que de la mejor manera mostraron para mi sus preferencias.
En estos últimos meses que mi cabeza ha estado en una síncopa más lenta, como hibernando, de nuevo apareció un melómano y de nuevo mi música se renovó, se enriqueció y me acompañó por las calles de esta ciudad, en mi casa, en la de mis amigos.
Hoy por la mañana, temprano, recibí una canción en mi Spotify – Inbox.
Hoy, a esta hora, quiero compartir la alegría que siento, que anula la tristeza de hace un rato, la anula completamente.
Como ese muchachito que baila me siento ahora, por otras razones, pero así mismo.
Y tengo muchas ganas de bailar y brindar a mi salud y a la de todos ustedes.
You Make My Dreams por Daryl Hall & John Oates. OST (500) Days of Summer, 2009.
Todos hemos experimentado esa «evolución» en nuestros gustos, desde los primeros escarceos con la música hasta que ya «decidimos» los definitivos. Tenemos en común, entre otros, esos comienzos con los Beatles.
Besos, Zoe.
No sé el motivo pero la palabra influencia a veces se utiliza en un sentido peyorativo, quizá queriendo abarcar en ella el dar por nula nuestra voluntad.
Cuando, de no ser por algunas influencias, estaríamos enquistados en el mismo punto, sin conocer, sin avanzar.
Son de agradecer entonces.
Lo mismo que a la música que por si misma, es influencia pura sobre nosotros.
Y si no… Mírate bien.
Si casi estas bailando …
Besos
Qué suerte que tengo, que estos dos nombres con Jota pasan por aquí y comentan!
Besos a los dos.