A fuerza de mudarme
he aprendido a no pegar
los muebles a los muros,
a no clavar muy hondo,
a atornillar sólo lo justo.
He aprendido a respetar las huellas
de los viejos inquilinos:
un clavo, una moldura,
una pequeña ménsula,
que dejó en su lugar
aunque me estorben.
Algunas manchas las heredo
sin limpiarlas,
entro en la nueva casa
tratando de entender,
es más,
viendo por dónde habré de irme.
Dejo que la mudanza
se disuelva como una fiebre,
como una costra que se cae,
no quiero hacer ruido.
Porque los viejos inquilinos
nunca mueren.
Cuando nos vamos,
cuando dejamos otra vez
los muros como los tuvimos,
siempre queda algún clavo de ellos
en un rincón
o un estropicio
que no supimos resolver.
Mudanza por Fabio Morábito. Alejandría, 1955.
¿Esto es que encontraste el apartamento?? 🙂
Besos, niña
Una de las pocas cosas buenas que tienen las incómodas mudanzas es que aprovechas para tirar muchas cosas.
Feliz limpieza.
Tiene balcón y vista al mar???
Yo me mudo a diario.
Necesito poco para pasar el día.
Y mañana ya veremos.
Besos.
Yo al igual que Toro, trato de mudar de cabeza cada día…a veces lo consigo 🙂
besotes
Ya estamos en faena!! Y mi cabeza no para, chicos. Nunca paró y tan mal no ha sido.
Como siempre, les reparto unos besos y un muy buen fin de semana.
viendo por dónde habré de irme…
Precioso poema
Me gusta este poema. Yo perdí la mía, donde nací y viví toda mi vida, donde reía mi abuelo y siestaba en su sillón. Y me gustaría, aunque lo dudo, que los nuevos dueños la miraran así.