En el cumpleaños 504 de La Habana

La Habana

Mirad La Habana allí color de nieve,

gentil indiana de estructura fina,

Dominando una fuente cristalina,

Sentada en trono de alabastro breve.
Jamás murmura de su suerte aleve,

Ni se lamenta al sol que la fascina,

Ni la cruda intemperie la extermina,

Ni la furiosa tempestad la mueve.

¡Oh, beldad!, es mayor tu sufrimiento

Que este tenaz y dilatado muro

Que circunda tu hermoso pavimento;

Empero tú eres toda mármol puro,

Sin alma, sin calor, sin sentimiento,

Hecha a los golpes con el hierro duro.

Gabriel de la Concepcion Valdés (Plácido)

Requiem por La Paz

Muchas veces, con toda intención, me bajaba en la estación Callao de la línea B y caminaba esas pocas cuadras hasta la oficina, recorriendo la Avenida Corrientes en dirección al bajo.

Rodríguez Peña, Montevideo, Paraná, Uruguay…

Ese tramo de la calle que reunía casi a partes iguales, teatros, librerías, restaurantes y cafés, bien temprano en la mañana olía a trasnoche y a la permanente humedad de Buenos Aires. A esa hora, por culpa de las persianas bajas solo se podían entrever los restos de la jornada nocturna anterior, con cuidado de no pisar la baldosa floja o esquivar al encargado que limpiaba la vereda con un chorro de agua generoso y no siempre bien apuntado.

En la esquina de Corrientes y Montevideo, los pies se chocaban y detenían como hipnotizados, en el Café La Paz, abierto de par en par. Un lugar que comenzó su historia en el año que nació mi madre y que cuenta entre sus tantas memorias, con los entonces mejores churros del pueblo, una canción de Fito Paez y los rezongos de un fumador al que le vetaron la posibilidad de fumar en el salón principal, allá por el 2006.

Hace una semana, volví a ese recorrido que para mi está lleno de nostalgia, de la mano de mi hija de 20 años y con tristeza comprobé que no está más el Café La Paz. Ahora ocupa ese espacio uno de esos sitios insulsos de comida japonesa occidentalizada y lo frecuentan jóvenes apurados con los ojos en el móvil.

Por un momento, mi cabeza se ancló en una noche de sábado hace más de 15 años, cruzando rápido la calle después de haber disfrutado de la puesta en escena de El método Grönholm. Yo llevaba mi pantalón de lino color rosa viejo y mi sueter blanco de tejido ancho, del brazo del mismo fumador que minutos después se quejaba de no poder fumar, mientras tomábamos algo acodados en una de esas enormes ventanas con vista a la avenida.

Adiós, Café La Paz.

#tbt Shortcuts

Lo seguí con los ojos mientras hablaba y ví que sigue fumando, como antes y tal parece como si hubiera pasado sólo la guagua. Lo veo caminar, con esa forma peculiar que tiene, lo escucho quejarse, reirse; a veces sólo con una sonrisa, a veces una carcajada. Lo veo tal como lo veía hace más de treinta años. Y pienso cómo lo busqué en el 2008, cómo lo encontré. Y pienso si esto que viví fue parte de un plan urdido para que ocurriera entonces, después de tantos años.
Somos otros. ¿Somos otros?
La verdad que no quiero complicarme, solo me detengo viéndolo cuando habla, mientras sigue fumando y tal parece como si hubiera pasado sólo la guagua.

#tbt Homenaje

Hombro
No hubo tiempo de que me hartaras. No hubo posibilidad de que tus pantalones tirados en cualquier lado llegaran a molestar mi orden. Ni que las piezas siempre perdidas del scrable chino me estorbaran cuando veía la televisión en el sillón del living. Lo que me costó tenerte y te fuiste, así como el jabón se resbala de las manos.
Mi hombro izquierdo lleva la promesa que hicimos en nuestro único fin de año y aunque mi memoria se borre, cuando tenga muchos años acariciaré mi tatuaje como acaricié tu pelo el último día.
No te extraño más. Pero me encantaría que vieras cómo soy ahora. Sé que te gustaría. Y que también elegirías lo que hoy decido.