The Köln Concert

En el otoño boreal de 1975, justo el día de mi onceavo cumpleaños, ECM editó el concierto que Keith Jarret, en solitario, a sus 29 años, ofreció en la Ópera de Colonia, Alemania.

La grabación en directo y de una sola toma fue hecha durante más de una hora en una presentación del pianista, convocado por Vera Brandes, promotora cultural que con solo 17 años se atrevió a organizar el evento sin tener idea de todos los contratiempos a los que se enfrentaría. Era el 24 de enero de 1975.

Jarret estaba girando por Europa, ya como parte del staff de artistas de ECM y aceptó la invitación de Brandes, a pesar de que metía ruido en su abultada agenda. Al llegar a la sala de conciertos, el piano que originalmente se planeó ubicar allí, no estaba. Una tormenta de nieve impidió su traslado y la opción alternativa fue un instrumento que se usaba para ensayos y que además, estaba en mal estado. Jarret famoso, también, por su exigencia en los detalles, a punto estuvo de cancelar y fue solo la insistencia de la joven productora la que salvó el asunto. Dicen los que estuvieron cerca, que poco menos de dos horas antes, a través de la ventanilla de un auto alquilado, Jarret le dijo a Vera, «recuerda que lo hago por ti».

Antes, Vera se enfrentó a la dirección de la Ópera de Colonia que no veía ventaja comercial en ese concierto y le ofreció un horario «raro» para la presentación de Jarret. El concierto se programó para las 11:30 pm, luego de finalizada la función habitual. Sin embargo, las entradas se agotaron rápidamente hasta alcanzar una audiencia de casi 1400 personas, esa noche.

Un Keith Jarret contrariado, agobiado por el dolor de espalda y físicamente estropeado por el cansancio, tocó unos primeros acordes en el maltrecho piano para llamar la atención de los presentes. Los, un poco más, de 66 minutos que siguieron, la música en modo de improvisación y el desempeño del propio Jarret, borraron de golpe el pesado karma previo al evento. Las notas que salieron de sus manos y la grabación que de eso resultó es, aún hoy, el concierto de jazz más vendido de la historia.

Un amigo muy querido me hizo escuchar esa grabación, hace mucho tiempo ya. Y no hay momento en que la escuche y que vuelva a emocionarme, una vez y otra.

Asómense y disfruten.

Y quiero que me perdonen

Por este día
Los muertos de mi felicidad

[…]
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
El pensamiento disipado, el acto
disipado, los nombres esparcidos
(lagunas, zonas nulas, hoyos
que escarba terca la memoria),
la dispersión de los encuentros,
el yo, su guiño abstracto, compartido
siempre por otro (el mismo) yo, las iras,
el deseo y sus máscaras, la víbora
enterrada, las lentas erosiones,
la espera, el miedo, el acto
y su reverso: en mí se obstinan,
piden comer el pan, la fruta, el cuerpo,
beber el agua que les fue negada.
[…]
Es un desierto circular el mundo,
el cielo está cerrado y el infierno vacío.

Octavio Paz (Ciudad de México, 1914-1998)

Primera y última parada: Urondo Bar

Comer en Urondo es ya un ritual. A almorzar o a cenar, ni bien llego a Buenos Aires o si me estoy yendo, es un lujo que me permito y al que convoco a H, siempre.

Lo que Javier Urondo ofrece en su restaurante no se parece a ninguna otra oferta de las muchas que se pueden encontrar en el circuito gastronómico de la ciudad. La ubicación es lejos de Palermo, lo cual en lugar de ser una desventaja, para alguien como yo que elude, si es posible, los tumultos y las colas, se convierte casi en una bendición.

En Urondo se trabaja la comida con paciencia y dedicación de artesano. Es la cocina imperfecta de la que da fe este libro editado en 2022. La provoleta con espárragos es uno de esos hallazgos que se disfruta como entrante o como lo que quieras. Han hilado el queso allí mismo, con mucha menos sal que sus homólogos industriales y una textura casi aterciopelada. Las verduras acompañan, ligeramente pasadas por la parrilla; crocantes y tiernas en partes iguales. Luego, el ojo de bife. Creo que debo exclamar: ¡el ojo de bife! No suelo comer carne de res en mi día a día, salvo cuando voy a Buenos Aires. O mejor dicho, salvo cuando voy a Urondo. Y me consienten allí, si pido el corte bien cocido, sabiendo que es casi un sacrilegio someter a mucho fuego ese generoso pedazo de carne, suave y jugoso. La guarnición que esta vez fue de puré de papas, es de un sabor suave que rompe en el paladar por culpa de las cebollas caramelizadas. No importa que hayan olvidado alcanzarnos el pimentero; no eché de menos para nada la pimienta recién molida y creo que hasta lo agradecí.

Un aparte hago para los vinos que Urondo cuida en su boutique. Vinos nuevos, elegidos en persona, de Mendoza, de Salta y de San Luis. No se encuentran en las vinotecas, lo que hace del viaje una auténtica sorpresa. Porque además de que nos explican sus características y las posibilidades de maridaje, en el momento en el que los pruebas es una combinación ideal, cualquiera sea el plato que hayas pedido de la carta cerrada.

¿Qué más encuentras en Urondo? Los postres, siempre tradicionales y disruptivos al mismo tiempo. Y los panes de masa madre. Hechos allí, delante de todos.

Lo mejor de Urondo, no obstante todo lo que pueda decir de su menú, es su gente. Me siento como en familia allí. Flor es de una dulzura en su atención y en su conversación que dan ganas de estar charlando toda la tarde. También los meseros, Pedro el cocinero y Javier en persona. No dan ganas de irse de esa esquina de barrio que han disfrazado de restaurante por muchos años ya.

Tengo suerte, mucha suerte por ese cálido abrazo en cada regreso.

En el cumpleaños 504 de La Habana

La Habana

Mirad La Habana allí color de nieve,

gentil indiana de estructura fina,

Dominando una fuente cristalina,

Sentada en trono de alabastro breve.
Jamás murmura de su suerte aleve,

Ni se lamenta al sol que la fascina,

Ni la cruda intemperie la extermina,

Ni la furiosa tempestad la mueve.

¡Oh, beldad!, es mayor tu sufrimiento

Que este tenaz y dilatado muro

Que circunda tu hermoso pavimento;

Empero tú eres toda mármol puro,

Sin alma, sin calor, sin sentimiento,

Hecha a los golpes con el hierro duro.

Gabriel de la Concepcion Valdés (Plácido)

#tbt Shortcuts

Lo seguí con los ojos mientras hablaba y ví que sigue fumando, como antes y tal parece como si hubiera pasado sólo la guagua. Lo veo caminar, con esa forma peculiar que tiene, lo escucho quejarse, reirse; a veces sólo con una sonrisa, a veces una carcajada. Lo veo tal como lo veía hace más de treinta años. Y pienso cómo lo busqué en el 2008, cómo lo encontré. Y pienso si esto que viví fue parte de un plan urdido para que ocurriera entonces, después de tantos años.
Somos otros. ¿Somos otros?
La verdad que no quiero complicarme, solo me detengo viéndolo cuando habla, mientras sigue fumando y tal parece como si hubiera pasado sólo la guagua.