¿Cuando te olvidaste de cómo funcionan los códigos? ¿Cuando no te acuerdas de qué te reías antes? ¿Cuando el miedo a la lastimadura es más fuerte que cualquier otro sentimiento que anda dando vueltas, como queriendo meterse? ¿Cuando la paciencia tuya y la de los otros se volvió egoismo, mezclado con cinismo e indiferencia? ¿Cuando no se admite otra compañía que la propia?
Sí, sólo una cosa. Vete a tu casa y tómate un trago de Caney añejo, en la soledad tranquila y protegida de tu living, para que el ron espante todo vestigio de duda. Sólo un trago, en ese vasito pequeño y con un cubito de hielo. Con eso alcanza para volver a enfocar la imagen de tu vida.
Voyeur
La pasión según
Si en Google se busca por «La pasión» la mayoría de los resultados aluden a la de Cristo. En estos días son noticia, como cada año en Semana Santa, los pasajes bíblicos que cuentan el calvario de Jesús y todo lo que se hace en muchos lugares para representar esta historia. Hasta hay eventos digitales que se pueden seguir on line y participar virtualmente del Vía Crucis, vívido e intenso, transmitido por alguna .com.
Sin embargo entre tanta devolución repetida se puede encontrar algo distinto. Y ahí estaba ella, que tanto se ha puesto de moda; esa que adorna platos principales, postres, bebidas con pulpa (y no con culpa), tan ambigüa en sabor y textura que al mismo tiempo la hace única.
Prueben, en cualquiera de sus presentaciones. Estoy segura de que volverá la pasión a las vidas de muchos. Por experiencia lo digo.
Buen fin de semana largo.
El sitio en que tan bien se está
Así llamó Eliseo Diego a uno de sus poemarios; uno de esos, que te llenan los sentidos de misa de seis, casa solariega, almuerzos en familia y calma chicha de la siesta por la tarde.
Es domingo y de nuevo pienso en cómo llenar de esas mismas sensaciones este día que se me hace largo; incómodo y largo. Me encantaría alargar la mano y tocar con cada dedo un libro de Bachelard, un lienzo de Chagall, la textura de la voz de Juan Diego Florez, el aroma del café Juan Valdez.
Es domingo en Buenos Aires. Y otoño.
Pide un deseo
Coral
Quise una vez cantar en el coro universitario. La sensación que me dejó el intento fue la de un sabor amargo.
– Usted ¿qué estudia? – dijo la ilustre profesora que dirigía el grupo y que tomaba las pruebas de ingreso.
– Ingeniería – contesté casi con la certeza de su respuesta.
– Dedíquese a eso entonces.
Me fui. Triste y frustrada pero sabiendo que ella tenía razón. Cantar en un coro no es coser y mucho menos cantar asi no más. Hay que tener oído polifónico diría esa misma profesora. El mío es mono, creo.
A pesar de eso, me gusta cantar y lo hago. Cuando Ana nació y en los meses primeros en que nos conocíamos ella y yo, le cantaba mucho más que ahora. Cualquier música, cualquier canción. Hasta le tarareaba algún concerto grosso de Corelli, uno del que me acuerdo casi toda la melodía. Y le gustaba porque me miraba con sus ojazos como embelesada. O quizás no le gustaba nada y sólo quería decirme que me calle con la mirada. Qué se yo.
Lo cierto es que canto, aún cuando se que en un coro no lo podré hacer por culpa del maldito oído monofónico.


