«Hay dulzura infantil
en la mañana quieta»
Federico García Lorca
Cuatro o cinco cuadras. Aún no las conté bien, porque me entretengo en el trayecto.
Camino y atiendo, despacio, a lo que aparece bajo el sol de la mañana.
La música en mis oídos roba el sonido que hay afuera, pero lo prefiero así. Es como ponerle una banda sonora diferente a estas callecitas, de cortas aceras y de vegetación desatada. Árboles grandes, pequeños; arbustos y hierbazales, en explosión tremenda que llena de hojas y colores mis ojos.
Camino y reparo en cada detalle: el señor que arregla el jardín ajeno, la muchacha en sus finos tacones casi arrastrada por el perro, los corredores a buen paso por el medio de la calle, la casa amarilla de madera con su lindo portalito en la esquina de Shipping Avenue y Mary Street.
Camino y ya mi mano buscó la cámara. Porque ayer recorrí este mismo lugar con la vista y registré. Y hoy quiero llevar conmigo la imagen.
Ahí están, alineados y desiguales. Tan correcticos hasta que el clavo se partió y no pudo sostener el peso.
Ahí están, aguardando esas cartas. A pesar de la social media y la virtualidad.
Los buzones son el aviso de que aún, a veces llegan cartas.
Son divinos esos buzones. Pero….¿adónde están los nombres??? 🙂
Oh, qué buena observación, Fá! Pues no tienen nombres. Mañana me cercioraré. Beso grande.
Prefiero quedarme así llenita de esperanza y de esa belleza que nos das aunque a mi buzón raramente lleguen cartas.
Gracias y abrazos.
Vero, gracias a ti.