La quinta y los mangos

El término mango (según la Wikipedia) puede referirse a:

– Mangifera indica, la planta tropical y su fruto.
– Mango (moda), la firma textil española.
– Mango (aerolínea), aerolínea sudafricana de bajo costo
– Mango (instrumento) o asa, otro nombre por el que se conoce el asidero de algunos utensilios de uso principalmente caseros.
– Mango en la jerga argentina suele referirse al Peso (Argentina), la unidad monetaria.
– Diferentes lugares del mundo:
Mango (Italia), localidad y comuna italiana de la provincia de Cuneo.
Mango (Togo) o Sansanné-Mango, localidad de Togo.
Mango Creek, localidad de Belice.

Creo que en la isla que nos parió hay alguna otra acepción más, que no tengo muy clara. Pero todo esto viene a cuento, porque me iban a llegar unos mangos, como esos de la foto. Y no llegaron. Me quedé como la novia de Pacheco.
¡Buen fin de semana!

Cómo te extraño Clara

Fue una manzana entera y en mi barrio: en Palermo.

Una manzana entera pero en mitá del campo
expuesta a las auroras y lluvias y suestadas.
La manzana pareja que persiste en mi barrio:
Guatemala, Serrano, Paraguay, Gurruchaga.

Por Jorge Luis Borges. Fundación mítica de Buenos Aires, fragmento.

Ahí donde Serrano cambia de nombre se desayuna muy bien.
La mañana fría del domingo amaneció tempranito a pesar de la trasnoche de sábado.
En lugar de diarios en papel, diarios on line.
Y un café, dos, tres, con tostaditas de pan negro, queso blanco y miel.
Palermo con todos sus trapos de invierno. Un sol mustio, ahora, inunda la acera de hojas amarillas.

Reir

La pregunta fue hecha en el Central Park. ¿Qué es lo que más le gusta a una mujer de un hombre? En la tarde fría, después de una intensa nevada del febrero niuyorquino, no es una pregunta tan fuera de lugar. ¿O sí?
La respuesta: lo que más le gusta a una mujer de un hombre es que la haga reir.
Y aunque yo no estaba, no escuché las voces, ni ví la nieve, unos minutos antes de desembarcar en el Metropolitan Museum, suscribo esa respuesta como si fuera mía.

Cruce

En un cuento, o mejor, en una suerte de novela corta de Isaac Asimov, el personaje principal rompe la linealidad temporal de su vida. Y en un momento del relato se va por tres caminos distintos. Algo así como llegar a una encrucijada y tomar por todas las opciones a la vez. En la historia de Asimov se produce, un poco después, una convergencia de dos de esas opciones; el hombre se ve morir a sí mismo y queda completamente devastado.
Eso es; cuando uno se ve morir, la desolación y la tristeza lo invade todo. Quizás es la razón por la cual nuestro lifetime es lineal. La naturaleza es sabia y nos preserva del dolor. Quizás a quien insiste en violar esa linealidad, el tormento no le permite dormir y es acosado, sobre todo en la noche, por alguna de sus otras versiones.
Me gusta la linealidad de mi vida. Me gusta tener la capacidad, la posibilidad de elegir por una y sólo una de las diferentes alternativas que la vida pone ante mis ojos. Puedo elegir mal, pero también (de nuevo la asistencia y la sabiduría de la naturaleza) hay manera de corregir si el error es el resultado de una elección. El error que es tan relativo como la verdad, diría Einstein.
Caminar trazando el propio camino, me lleva irremediablemente a Machado: «caminante no hay camino, se hace camino al andar.» Y agregaría además, que el tormento se aleja, sobre todo en la noche, cuando en la elección hay honestidad, transparencia y luz.

Lo que significan las cosas

Hace cinco días que empezaron a revertirse los símbolos. Otra vez.
Siempre que termina un ciclo, lo que ayer se compartía con todas sus semánticas, queda como estático, mudo, sordo y pálido, porque ya no dice nada. Aún así, yo extraño el valor de los símbolos.
Puedo hacer una larga lista de símbolos. Sí, es una larga lista, a pesar de que fue un ciclo corto. Una lista que escribo, separado cada miembro de ella por guiones, como una catarsis, un exorcismo.
Hoy por la mañana, por ejemplo, caminaba las diez cuadras de cada día, desde que dejo el autobús hasta la oficina. Es un trayecto que hago con placer: ya está fresco en las mañanas y si como sucedió hoy, es una de esas, despejadas y de luz otoñal bien clarita, todos mis sentidos agradecen, mientras los pies se mueven en compás por el barrio de Coghlan. Me bajo en Cramer y voy hasta la esquina de Av. Congreso para «hacer» una izquierda y continuar sobre esa misma avenida rumbo a la vía.
Este barrio está fuera de la simbología compartida pero tiene sus excepciones. La primera: en sentido contrario a mi caminata viene un «fitito» rojo, conducido por una señora. Aquí es cuando extraño una ruda caricia que hacía mi contraparte, en los días luminosos y tristes del verano de Buenos Aires. La segunda: me cruza en la acera un señor que saca a pasear a su mini schnauzer. De nuevo, extraño la alusión a «Lady» y el comentario obligado «cuántas Ladies que hay».
Estos dos hallazgos (linda palabra) hacen lento el paso, nublan los ojos y la cabeza vuela a los recuerdos. Putos recuerdos.