21 años

Mi hija nació en mayo, cuando Roberto Bolaño iba camino a morir, aunque yo no lo sabía.

Hace, hoy, 21 años, el 15 de julio de 2003, dejó ir su cuerpo en un hospital de Barcelona, uno de los escritores que más me ha conmovido en los últimos años.

En el invierno austral del 2006, conocí a Bolaño. Y después de contrastar su versión de la Ciudad de México con la mía propia, mientras leía vorazmente Los Detectives Salvajes, planeé un viaje a Blanes sin otro propósito que el de vagar sobre sus pisadas en esa pequeña ciudad de mar, puerta de la Costa Brava; balneario de obreros y comerciantes.

Sus novelas, poemas y otras prosas están cerca de mí, desde entonces. Entre las lecturas que se crecen en mi mesa de luz, encuentro y releo la entrevista que le hiciera Mónica Maristain, sin saber, quizás, que sería la última que concedió y cuya frivolidad es salvada por el sentido del humor y la honestidad brutal, made in Bolaño. Otra entrevista, más jugosa y afilada, es de cuatro años antes, en 1999, en su natal Santiago de Chile.

Persigo a Bolaño, aún en estos días ya lejanos de nuestro primer encuentro. Gracias a él me acerqué a otros escritores a los que adopté enseguida, entre los que está Nicanor Parra. También Enrique Lihn, Rodrigo Fresán y Juan Villoro. Bolaño compartió parte de su viaje con ellos, incluso, ese último tramo que comenzó cuando nació mi hija, en mayo, hace 21 años. Aunque yo no lo sabía.

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