El cine de mi barrio se llamaba Martha, así con hache intermedia.
En las matinés pasaban películas de un samurai viejo y ciego que te obligaban a estar atento; la sangre podía llegar a salpicar tu ropa en esas funciones de artes marciales y armas afiladas.
Por las noches las películas aptas para mayores de trece años subían el promedio de edad de los asistentes y veías las parejitas en su primera salida importante.
Porque te cuento que cuando un chico invitaba al cine a su amiga, había algo distinto ahí. Era un código. Y si en plan de confidencias alguien te preguntaba, «¿te llevó al cine?», no podías ocultar tu alegría al decir que sí, que por fin tenías novio y que el pacto de amor había sido firmado bajo la luz del viejo proyector del Martha.
El sábado último sentada en la butaca del cine, miraba a mi amigo comer sus pochoclos, casi en el mismo momento en que la grúa del Sistema de Tránsito Ordenado se llevaba su auto al corralón de Figueroa Alcorta.
no conocía esa versión de zatoichi, tiene más sangre que la de kitano?
(anteayer no me acordaba del nombre de la peli y la llamé tamagotchi, je)
Sí, mucha más y con sabor a mermelada de frutilla.
Yo sólo vi las de Toshiro Mifune , mucho menos sangrientas , creo .
Lo del cine , comparto . Que un cine se llame Martha es genial .
Son cosas de esa isla loca, Ele.
Me ha gustado mucho tu relato. Tiene mucho de niñez.
Besos.
Me alegra mucho leerte, José.